Yo ante el grupo, la experiencia de rechazo, la angustia, el temor a no ser aceptado, parálisis, ausencia de iniciativa, falta de habilidad para el contacto social.
El protagonista presenta su conflicto ante grupos de profesionales con los que se relaciona habitualmente, experimenta dificultad para relacionarse en el grupo de iguales, temor ante figuras de autoridad, buscando refugio en el aislamiento, con una fuerte sensación de incomodidad y automensajes desvalorizadores.
Nos trae una escena manifiesta, en la se muestra en una pausa para el café de una reunión de trabajo, varios grupos se presentan y comentan de modo informal en un dialogo social. El protagonista siente estupor ante la situación, se ve incapaz de participar en el contacto social, observa desde lejos, sintiendo amenazante la situación. En un soliloquio muestra su dialogo interno, “otra vez aislado”. Denota falta de protección, inseguridad, miedo, no saber cómo iniciar el contacto ni como mantenerlo.
Buscamos antecedentes de esta incapacidad en el ejercicio del rol social. Pasamos a una escena de transición a la edad de 14 años. Un grupo de compañeros muestra su desprecio. Un abierto rechazo, que confirma una tendencia ya instalada hacia el aislamiento. El patrón de relación a esta edad es escuchar y no hablar. Elaboramos el temor a la expresión. El cambio de rol con los que rechazan muestra como esos silencios son vividos de modo incomodo y propician el rechazo. El protagonista puede elaborar como su presentación al grupo promueve rechazo, al mismo tiempo percibe su valor personal y su propia capacidad para mostrarse de otro modo. En esta fase hacemos una elaboración instrumental en la que puede comenzar a experimentar otros patrones de relación desde su propia acción, se asimila como el rechazo puede ser controlado desde sí mismo, no quedando expuesto a una voluntad ajena, fuera de control.
La elaboración intelectual resulta efectiva, pero es incapaz de eliminar el temor y la ansiedad, puede actuar de otro modo pero resulta inseguro, artificial, y no permite superar la incomodidad de la situación. Se hace necesario abordar el conflicto latente.
Se presenta una nueva escena, a los 5 años, con el nacimiento de un hermano, el protagonista es desplazado en la relación familiar, aquí se origina un fuerte conflicto de perdida, vivido como desamparo y culpabilidad, especialmente desde el padre. El valor perdido, la angustia de la maldad, la falta de protección, la pérdida del rol ante el igual y el refugio en el aislamiento culpable. En la elaboración dramática se recupera el rol protector de la madre, el padre otorga un nuevo permiso para ser ante el otro y se restaura el vínculo fraternal roto. El encuentro del Yo adulto actual con el Yo niño del trauma permite que el adulto fortalezca al niño y que el niño recupere la espontaneidad sobre el adulto.
El adulto, portador del poder y del permiso paterno, acompaña el niño hasta la escena de transición ante la cual da valor, confianza, derecho y permiso para su expresión espontanea, se hace capaz de responder al rechazo y de dar vigor al rol relacional que ahora pierde el temor y la ansiedad pudiendo expresarse de forma adecuada espontáneamente.
Finalmente, recuperamos la escena manifiesta en la que se consolida un nuevo patrón de relación experimentando el ser no sólo aceptado sino valorado y apreciado.
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