Porque también debemos reconocer nuestros fracasos, y para hacer realidad que los errores son lo que más nos enseña.
Presentamos un trabajo psicodramático que aparentemente no ha servido, lejos de ayudar parece haber aumentado la angustia y el malestar.
Unos días después de elaborar psicodramáticamente una escena presentada por un pequeño grupo, en la que uno de ellos se convierte en protagonista, este expresa su siguiente valoración de la experiencia vivida, en toda la crudeza de su literal expresión:
<< Esto es como sumergirse en la mierda hasta los ojos y regocijarse en ella, que claro, ya ves como sales... y luego te tienes que duchar. >>
Parece un comentario que nos habla de una muy mala experiencia personal, que lejos de haber ayudado a recomponer una mala vivencia se ha limitado a recrudecerla, actualizar el sufrimiento ligado a la misma, con la única consecuencia de generar una necesidad de compensación neurótica que lave el sufrimiento para continuar sobrellevando la angustia; sin mirarla.
¿Por qué este resultado?
En primer lugar, probablemente, porque en este caso no se ha respetado el tiempo psicodramático del protagonista, en realidad el director se ha equivocado al permitir que la presión del grupo arrastre a un miembro a ser protagonista de algo que realmente no ha presentado para ser trabajado. Ciertamente no se ha opuesto, pero bien sabemos que no oponerse no es querer. Podemos asegurar que en este caso nos ha faltado un paso de caldeamiento necesario para que el protagonista de la escena desarrolle la necesidad de querer recomponer una vivencia que, indudablemente, para él fue muy importante y que ha definido un aspecto importante de su modo de asumir los roles relacionales.
Probablemente, en lugar de pasar, sin solución de continuidad, de la escena colectiva elaborada por el grupo a la escena personal, hubiera sido necesario un trabajo previo para favorecer la aproximación del protagonista a su escena, desde la labor de investigación social, que le hubiese permitido tomar contacto con todo el potencial emocional que le suponía, permitiendo en cada uno de los pasos percibir la emoción y validar si está preparado para confrontarla, si siente la necesidad de encontrar alternativas dentro de la escena y como consecuencia no solo presta su aquiescencia para seguir adelante, si no que realmente siente el deseo, y quiere avanzar, sobre la situación vivida.
Quizás, desde otras posiciones teóricas, la vivencia emocional de este caso no sólo no sea cuestionable sino que incluso se considere muy adecuada y terapéutica, pero, precisamente, la práctica del Psicodrama Clásico Moreniano, en esto marca una diferencian, ya que no solo se trata de respetar los tiempos del protagonista si no que se parte de la convicción, de base existencial y humanista, de que el proceso terapéutico sólo es efectivo si se desarrolla en el momento que la capacidad y potencialidad de la persona está preparada para realizarlo, sólo entonces el avance es efectivo, no exento de momentos difíciles incluyendo su emocionalidad y “sufrimiento” terapéutico, que en última instancia son necesarios, pero cuando están al servicio de las necesidades del paciente, no del terapeuta o del público.
Personalmente, lo que considero que aprendemos de este caso es la necesidad de respetar cada uno de los pasos del psicodrama, cuando la emoción nos lleva a abreviar, a saltarnos pasos, la acción deja de fluir, los sentimientos se hace innecesariamente angustiosos y dejan de estar al servicio del autentico proceso terapéutico. Esto, también es especialmente relevante cuando no respetamos el sistemático y, a veces tedioso, proceso del cambio de roles y permitimos que en lugar de que el protagonista nos muestre la actuación de cada uno de los roles de “su” escena, permitimos que simplemente los relate, desposeyéndolos de su emoción, o los improvisen los Yo Auxiliares desde su propia vivencia / escena interferente.